Después del caos y los fuegos del Eón Hádico, la Tierra entró en una nueva etapa: el Eón Arcaico, un periodo fascinante y clave para entender cómo surgió la vida en nuestro planeta. A pesar de que el nombre “arcaico” puede sugerir algo rudimentario o primitivo, en realidad la Tierra durante este eón fue un laboratorio natural donde se dieron las primeras reacciones químicas que acabarían generando organismos vivos. Aquí empezó todo.
¿Cuándo ocurrió?
El Eón Arcaico abarca aproximadamente desde los 4.000 hasta los 2.500 millones de años atrás. Durante este largo periodo, la Tierra se fue enfriando poco a poco, comenzaron a formarse los primeros continentes estables —los llamados cratones— y, sobre todo, apareció la vida.
El origen de la vida: una sopa con potencial
Uno de los mayores enigmas de la ciencia sigue siendo cómo surgió la vida. Aunque aún no hay una respuesta definitiva, la teoría más aceptada es la llamada abiogénesis o “sopa primordial”, propuesta por el bioquímico ruso Alexander Oparín en 1924. Según esta hipótesis, las condiciones de la Tierra primitiva —atmósfera rica en gases como metano, amoníaco y vapor de agua, junto con descargas eléctricas y radiación solar— permitieron que moléculas simples como los aminoácidos y nucleótidos se formaran a partir de sustancias inorgánicas.
Estas moléculas se habrían acumulado en los océanos primitivos, donde reaccionaron entre sí, dando lugar a compuestos más complejos como proteínas y ácidos nucleicos, los ladrillos fundamentales de la vida.
Las primeras habitantes del planeta: bacterias que fabricaban oxígeno
Las primeras formas de vida que conocemos eran bacterias quimiosintéticas, similares a las actuales cianobacterias. Estas diminutas criaturas, sin núcleo definido (procariotas), no necesitaban luz solar para vivir: algunas obtenían energía directamente de reacciones químicas, mientras que otras, como las cianobacterias, desarrollaron una capacidad revolucionaria: la fotosíntesis.
Gracias a la fotosíntesis, estas bacterias empezaron a liberar oxígeno al agua, lo que cambió para siempre la química del planeta. Aunque en un principio ese oxígeno reaccionaba con minerales del entorno —como el hierro disuelto en el océano—, poco a poco fue acumulándose, iniciando una transformación a escala global.
Estromatolitos: las primeras “huellas fósiles” de vida
Uno de los testimonios más antiguos de esta vida microscópica lo encontramos en los estromatolitos, estructuras laminadas formadas por capas de microorganismos que vivían en colonias. Estas comunidades crecían en ambientes acuáticos como lagos poco profundos, atrapando sedimentos y creando verdaderos “tapices microbianos” que se fueron fosilizando con el tiempo.
Algunos estromatolitos fósiles han sido datados en 3.700 millones de años, como los encontrados en Groenlandia y Australia. Pero lo más impresionante es que los estromatolitos aún existen hoy, por ejemplo, en la Bahía Shark (Australia), lo que nos permite estudiar directamente cómo vivían estos pioneros de la vida.
Además, la fotosíntesis de las cianobacterias no solo enriquecía el agua con oxígeno, sino que también reducía el CO₂ atmosférico, favoreciendo la precipitación de carbonatos. Este proceso contribuyó a un descenso global de la temperatura, lo que podría haber desencadenado algunas de las primeras glaciaciones.
BIFs: las huellas del oxígeno en las rocas
El oxígeno liberado por las bacterias reaccionaba con el hierro presente en los océanos, formando óxidos insolubles que se depositaban en el fondo marino. Este fenómeno dio lugar a las llamadas formaciones de hierro bandeado o BIFs (por sus siglas en inglés), compuestas por capas alternas de hierro y sílice.
Estas rocas son tan abundantes que aún hoy se explotan industrialmente como fuente de hierro. Su presencia en distintas partes del mundo, especialmente en el norte de América, es una prueba directa del impacto que tuvo la actividad biológica sobre la química planetaria en el Arcaico.
Empieza el motor de la Tierra: el nacimiento de la tectónica
Durante buena parte del Hádico, la Tierra tenía una corteza delgada, inestable, que se movía verticalmente, sin placas como las que conocemos hoy. Sin embargo, hacia el final del Arcaico, entre 3.000 y 2.500 millones de años, comenzaron a formarse las primeras dorsales oceánicas y zonas de subducción, dando lugar al principio de la tectónica de placas.
Esto fue posible porque el planeta empezó a enfriarse lo suficiente como para que la corteza se fragmentara. Las diferencias en composición y densidad provocaron que partes de la corteza se hundieran en el manto, lo que generó una dinámica interna más compleja. A partir de entonces, la Tierra se convirtió en un planeta geológicamente activo, con movimientos horizontales que, millones de años más tarde, permitirían la formación de continentes, montañas y océanos tal como los conocemos.
Una revolución silenciosa
El Eón Arcaico fue una época silenciosa —sin animales, sin plantas, sin oxígeno libre en la atmósfera—, pero de una importancia colosal. La vida comenzó a abrirse camino, el oxígeno empezó a cambiar el ambiente, y el planeta adquirió las bases geológicas que permitirían su evolución futura.
Cuando este eón terminó, la Tierra estaba lista para algo grande: la Gran Oxidación y el surgimiento de formas de vida más complejas. Pero esa es ya otra historia…
¿Te ha sorprendido lo que ocurrió durante el Arcaico? ¿Sabías que la vida pudo haber comenzado en fumarolas hidrotermales en el fondo del océano? Sigue explorando nuestro blog para descubrir la apasionante historia de nuestro planeta, capítulo a capítulo.